La piel es la estructura sofisticada y multitarea que recubre la totalidad de la superficie corporal. Constituye el órgano más extenso del cuerpo, con una superficie media aproximada en humanos de 2 metros cuadrados, y desempeña funciones esenciales para el bienestar general del organismo.
Actúa como la primera línea de defensa entre nuestro cuerpo y el mundo en el que vivimos. Nos aísla y protege de las agresiones externas: químicas, mecánicas, térmicas, la propia radiación ultravioleta o los intentos de invasión microbiana.
La capa cornea de la epidermis y su manto ácido configuran la barrera frente a bacterias, hongos y virus. Aún más, la particularidad de algunas de sus células (de Langerhans) y su complicidad con los linfocitos juega un papel importante en la lucha antiinfecciosa. Por todo ello, la piel está considerada como un órgano integrante del sistema inmunológico, por descontado ocupando posiciones de vanguardia.
Cualquier accidente que produce una rotura en la piel, dispara una sirena de alarma, supone un desequilibrio y da origen a una carrera frenética por restablecer la muralla derribada. A esa rotura en la línea defensiva la llamamos herida. Como tal, supone un concepto localizado de riesgo, de vulnerabilidad y de peligro. Toda herida o rotura en las defensas agrava su diagnóstico a mayor tiempo de exposición, a mayor suciedad de la zona y a más alto grado en la patogenicidad de los agentes nocivos externos. A esta posible complicación la conocemos como infección.
Desde AEEV, la Asociación Española de Enfermería Vascular, se destaca que para tratar una herida lo más importante es prevalecer la limpieza, tanto de las manos que proceden a la cura, como de la herida en sí y de su entorno. Solo una buena y completa limpieza previa de la herida, garantiza que la aplicación desinfectante posterior resulte efectiva, la protección cubra el tiempo que precisa la cicatrización y se impida un desarrollo infeccioso.
Pero no todo resulta siempre tan evidente. Ni las heridas, ni lo que hay que limpiar ni, mucho menos, cuando está en marcha una infección.
Pensemos en micro heridas, que nos pasan desapercibidas o a las que no damos importancia. En suciedades recurrentes o acumuladas que nos son intrascendentes (por ejemplo, en la boca o en las uñas). O allí donde la piel se repliega y surgen las mucosas más expuestas (ojos, nariz, boca), que afloran como puntos más delicados en nuestras barreras. Son puntos críticos, con frecuencia desatendidos.
Individualmente somos organismos vulnerables y, en cierto modo, frágiles. La inteligencia sustentada en la precaución, la higiene y la adaptabilidad es sobre lo que se han levantado los pilares de nuestra supervivencia.
La incidencia a mayor escala
Si bien reconocemos la relevancia de las medidas en las distancias cortas, lo anterior no dejan de ser apuntes sobre los criterios base para unos procedimientos más ambiciosos en la proyección de nuestra existencia.
Alejando el objetivo para abarcar un campo de observación mucho más vasto, y visto lo visto en lo que llevamos de 2020, las heridas (entendidas como roturas o superación de las barreras defensivas) también ocurren a nivel de especie. Entonces todo se complica.
Para curar, la limpieza y la desinfección quedan obligadas a cubrir infinidad de espacios, pero también somos muchos más ensuciando (contaminando), contraviniendo lo limpiado y forzando, en consecuencia, a repetir tareas. Los procesos de cicatrización se alargan y quedamos, como especie, mucho más tiempo expuestos a infectarnos y enfermar.
En esta nueva dimensión curar es más difícil, en buena medida por la propia habilidad mimética del SARS CoV-2 (no le quitemos mérito), pero además por nuestra misma torpeza en interferir o saltar las nuevas barreras levantadas contra el avance del virus.
Ahora sabemos más que cuando empezó esta pesadilla a la que llamamos pandemia Covid-19. La propagación es por contacto y por el aire (sobre todo en lugares con una ventilación deficiente) y nuestra especie es a la vez vehículo principal de dispersión y víctima de sus consecuencias.
Pese a la magnitud de las cifras, las medidas fundamentales sobre las que construir la solución siguen siendo las dirigidas a ganar tiempo (el necesario para descubrir y desarrollar los tratamientos y vacunas con mayores tasas de éxito). Ahora ganar tiempo hasta que la cicatriz cierre la herida se hace igual que antes, combinando las medidas de limpieza (en superficies y en higiene personal), con unos tratamientos de desinfección eficientes y completos (sobre las superficies y los ambientes).
La parte de higiene personal es clave, aunque por entero de responsabilidad individual. Los hábitos de higiene afianzan, conscientemente, el estado de cuidado y salud propio del individuo que los practica, pero también implica decisiones saludables respecto a nuestra interacción con los demás. Así podríamos decir que la higiene se extrapola y redunda en un bien social indispensable y, hoy más que nunca, revalorizado.
De un modo más amplio el término ‘Higiene’ concierne a la parte de la medicina preventiva enfocada en conservar la salud desde el fomento de salvaguardar los preliminares que la hacen posible. Potencia la limpieza de los espacios públicos y del hogar, eliminando los sustratos contaminantes y pre adecuando cada superficie para la acción biocida de los desinfectantes seleccionados a posteriori. Se habla incluso de ‘Higiene Ambiental’, en el sentido de la necesaria extensión de cuidados sobre el entorno externo a las personas, procurando muy especialmente para el control del Covid-19, un correcto saneamiento de las superficies y el aire interior de los espacios concurridos o sometidos a una ocupación heterogénea, que potencialmente pudieran favorecer la extensión del virus.
La fuerza de la sinergia. Unidos sumamos
Desde que esta nueva forma de coronavirus interfirió drásticamente en nuestro modo de vida, la humanidad está herida. Ahora se hacen más visibles los esfuerzos de determinados grupos profesionales y se les reconoce un carácter esencial por la repercusión sociosanitaria del trabajo que realizan. Entre ellos, una labor abnegada y conjunta es el trabajo diario desempañado por los colectivos de profesionales de limpieza y por los profesionales de desinfección.
La esencia de sus cometidos radica en la unión, en su complementariedad. Actualia tiene plenamente integrado en su razón de ser el valor de esta sinergia, reconociendo la importancia que juegan los equipos de limpieza, para que el desempeño de nuestras operaciones de desinfección alcance los mejores resultados.
Las desacreditaciones, los distanciamientos o hasta las acusaciones de intrusismo que se han puesto de manifiesto en los medios de comunicación y en las redes en algún momento, no son otra cosa que disparos en el pie en contra de nuestro mejor avance.
Es una realidad que somos profesionales bajo regulaciones distintas, pero no contrapuestas ni excluyentes. Las autorizaciones de productos de uso o los tipos de técnicas de aplicación permitidos son diferentes, aunque en nada interfiere esto para conformar un gran equipo.
Nuestra preocupación debe fijarse en conseguir grupos profesionales cualificados, perfectamente formados y entrenados. A partir de ahí cualquier colaboración será buena y la unión sumará siempre. Tenemos y trabajamos por un objetivo común y eso es lo que nos integra con más fuerza.
Sin duda es más lo que nos une que lo que nos distancia y esto, por sí solo, es ya una oportunidad de grandes logros.
Henry Ford dijo en una ocasión: “Llegar juntos es el principio. Mantenerse juntos, es el progreso. Trabajar juntos es el éxito”.
Tenemos un inmenso potencial y un enorme campo de operaciones por delante. Nuestra mayor fuerza es la combinación de fuerzas, seguros de que juntos llegamos más.