Jorge Galván, director ANECPLA
Jorge Galván Director general ANECPLA

Una correcta calidad del aire de interiores ahorraría bajas laborales y costes innecesarios

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Cuántas veces las soluciones más sencillas son las más eficaces. Tal es el caso en el ámbito de la Calidad del Aire en Interiores, donde la ventilación natural mediante la apertura de ventanas se ha demostrado como la medida más efectiva para conseguir ambientes limpios y renovados. Una máxima que fue descubierta en el siglo XIX, en el marco de la guerra de Crimea, por parte de la enfermera británica Florence Nightingale, quien comprobó cómo una adecuada ventilación en las salas de los hospitales donde trabajaba contenía en gran medida la propagación y contagio de enfermedades. “Como enfermera en la guerra de Crimea”, reconocía en su libro Notes on Hospitals, publicado en el año 1.859, “he visto morir diez veces más soldados por enfermedades que por heridas de batalla”. Fue a partir de este momento cuando tanto médicos como arquitectos centraron sus esfuerzos en la importancia de la ventilación para la salud y comenzaron a proliferar los conocidos como ‘pabellones Nightingale’ en honor de esta influyente profesional de la salud que llevó a cabo una potente campaña de higiene masiva en los hospitales abarrotados, donde la máxima principal era llevar a cabo una correcta ventilación de salas y pasillos.

Esta revelación volvió a cobrar fuerza con el estallido de la pandemia por COVID-19, una vez quedó confirmado que el virus causante de la enfermedad (el SARS-CoV-2) se propagaba efectivamente a través del aire, algo a lo que los expertos se mostraron reacios a aceptar al comienzo. Así, y para evitar contagios, muchas ventanas tanto de oficinas como de colegios o centros sanitarios han permanecido abiertas durante los dos últimos años, hiciera frío o calor en el exterior, a fin de asegurar una adecuada ventilación cruzada. Una medida extremadamente simple y eficaz a partes iguales que ha evitado multitud de contagios.

Sin embargo, transcurridos los momentos más críticos, y enmarcados en la actualidad en la popularmente denominada como “nueva normalidad”, parece que esta revelación ha caído en el olvido, arrollada fundamentalmente por la crisis energética actual y el elevado precio de la electricidad. No podemos permitir que los criterios económicos se antepongan de forma tan flagrante a los sanitarios. Es importante que sepamos encontrar un punto medio donde ambos intereses confluyan. De lo contrario, no tardaremos en comprobar las nefastas consecuencias de este cambio de tendencia.

No podemos olvidar que en España los ciudadanos pasamos en torno a un 95% de nuestro tiempo dentro de edificios, fundamentalmente en el ámbito laboral, donde pasamos la mayor parte de nuestra jornada. Asimismo, y a la luz de los datos recabados a lo largo de la pandemia en nuestro país, alrededor del 75% de los contagios por COVID-19 tuvieron lugar en espacios interiores. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los espacios interiores pueden estar de cinco a 10 veces más contaminados que el aire exterior. Los materiales de construcción, los productos de limpieza, el CO2, la humedad causada por la propia actividad de las personas, además de la presencia de virus, ácaros y bacterias son los generadores fundamentales de esta contaminación, principal causa de enfermedades cardiovasculares y respiratorias, y con potencial para provocar además daños hepáticos, renales y del sistema nervioso central.

Pero no sólo se trata de evitar la propagación de enfermedades respiratorias, sino que ya en el año 1.982, la OMS reconoció como enfermedad en sí misma lo que vino a denominar como el Síndrome del Edificio Enfermo (SEE), cuya principal sintomatología pasa por dolores de cabeza, congestión nasal, goteo de nariz, estornudos, problemas en los ojos y de garganta e incluso síntomas neurológicos y mareos. Se trata de edificios que enferman a sus ocupantes por múltiples motivos relacionados con su calidad del aire interior. Entre ellos, una de las más contundentes evidencias científicas en este sentido reside en la vinculación de concentraciones moderadas y altas de CO2 con importantes mermas en diversas habilidades cognitivas, tales como la búsqueda de información, la capacidad de concentración o el desarrollo de nuevas enfermedades, por citar algunas.

En ANECPLA contamos entre nuestros asociados con múltiples empresas especializadas en CAI y sabemos a la perfección que no atender esta necesidad puede acarrear pésimas consecuencias. La solución no puede ser más sencilla. Está en nuestra mano prestarle la atención que se merece y no mirar para otro lado.

 

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